La estancia embrujada

Hace años recibo comentarios de diferentes puntos del norte pampeano sobre versiones de manifestaciones paranormales como ruidos, luces y movimientos aparentemente inexplicables en distintos campos.

Hace años recibo comentarios de diferentes puntos del norte pampeano sobre versiones de manifestaciones paranormales como ruidos, luces y movimientos aparentemente inexplicables en distintos campos. En muchos casos, las personas que han padecidos ese tipo de experiencias no quieren reiterarlas… son vivencias poco agradables e incluso, muchos ni la cuentan para no caer en ridículo.

 Haciendo uso de mi pequeña trayectoria como historiador popular, me apersoné un día a una iglesia y consulté al cura “Bernardo” sobre estas cuestiones que forman parte de la vida de las personas en el ámbito rural y religioso. Me respondió:

-Amigo Néstor, tengo conocimiento de varios casos puntuales, de fieles que vienen en busca de una palabra de explicación, y también la bendición del lugar para aliviar el tormento que los acosa. Hay un libro para aproximarse al problema que pertenece a Juan Ambrosetti y se llama Supersticiones y Leyendas. En algunos ámbitos académicos, se cuestiona este trabajo como a otros también, aduciendo que para que estos hechos sean tomados veraces –fuentes documentales- deben figurar en el registro de denuncias a la policía… pero eso pocas veces ocurre dado que las personas presas del pánico de vivencias traumáticas no formalicen una denuncia, y el o los casos se diluyen, o solo quedan flotando en la memoria popular.

  En las zonas rurales de Eduardo Castex, Luan Toro, Tenel, Victorica, Ingeniero Luiggi, Alta Italia, Metileo, Embajador Martini, Realicó, entre otros, se comenta sobre manifestaciones de campos embrujados… por lo tanto, al parecer, el dicho popular es más que certero y oportuno para esta oportunidad: “yo no creo en brujas, pero que las hay… las hay”.

  Hace muchos años, el periodista Raúl Genovesio publicó en La Reforma un extenso reportaje a un hombre de apellido Estrada que relataba cosas misteriosas:

“Yo sí que he visto cosas raras en mi vida, aunque muchos no creen lo que les cuento. claro, estas cosas hay que vivirlas para ver lo que son, pero hasta el día de hoy no puedo olvidarlas… Estuve en un campo malísimo, donde abundaban muchas cosas terribles. Se llama la estancia de Allancó, unas 21 leguas de campo, cerca de Arizona. Allí se sentía cosas que nunca hubiera podido imaginar… era cosa seria, sí señor. De repente –en la noche- comenzaban a oírse voces como de gente que anduviera dentro de la casa, sentía prender el fuego, preparar la pava y si uno se acercaba un poco hasta la ventana, alcanzaba a ver un gran resplandor como si le estuvieran echando kerosene al fuego, una pura llamarada. Al rato se sentía una charla que nosotros no entendíamos; se escuchaba el golpear el mate para sacar la yerba y así seguía la reunión. Si uno se armaba, o entraba para ver, todo se calmaba y no encontraba … ¡absolutamente nada! Todo estaba en su lugar, acomodado, ni fuego, ni otra cosa que indicara que hubo gente… y mientras tanto, adentro de la herrería que estaba cerca, empezaba a oírse un ruido terrible, como si hubiese gente golpeando en la bigornia con un gran martillo. Entonces íbamos a ver, y nada, como siempre, todo tranquilo y cada cosa en su lugar. ¡Era cosa seria, amigo!

”Cada tanto llegaba un hombre de a caballo en un tordillo, pero bien tordillo. Usted no solo lo veía, sino que hasta sentía el sonido, de la plata que traía el animal. Allí teníamos nosotros el campamento para tomar mate en el tiempo de la esquila y se llegaba de repente el tipo ese, golpeando, se paraba en la cocina, se corría hasta una pieza que decían había sido en un tiempo escritorio, y entraba. En esos momentos nosotros, todos juntos, íbamos a verlo, pero cuando entrabamos nada, ni paisano, ni caballo, ni los aperos… todo había desaparecido.

 ”Otro muchacho –me contó- que oportunamente estuvo solo, dice que de noche sentía que lo apretaban, le tiraban de las cobijas, le corrían la cama y qué se yo cuantas cosas más, hasta que él podía encender la luz del candil, o farol, y entonces todo se aquietaba… nada de nada, la pieza quedaba tranquila.

  ”Una vuelta, se habían enfermado los animales de fiebre, al punto tal que se iban muriendo. Entonces, el dueño del campo, que necesitaba ir a avisar a Victorica para que mandaran medicamentos y otras cosas, envía un “chasqui” como le decían, un hombre conocido por su coraje. El asunto es que este paisano salió con dos caballos. Uno para cambiarse cuando se cansara el otro. Andaba en eso, ya en camino, cuando al llegar a un lugar que le decían El Guayco de la china, se apeó, y apenas piso tierra, se le apareció algo terrible como nunca en su vida había visto: un animal o algo así como un perro, pero mucho más grande, con los ojos encendidos al rojo y la lengua colgando echando espuma por la boca. En ese momento, los caballos, que eran siempre muy mansitos, lo llevaron por delante. Entonces el hombre, corajudo, desenvainó el cuchillo y lo atropelló. Pero ese animal o lo que sea, no debía ser cosa buena, porque al hombre lo perdió. El hombre, según contaba después, parecía que le pegaba con el cuchillo, pero sonaba el lomo como a cuero seco, y no había caso. En medio de esa pelea, la cosa lo empezó a llevar reculando para el monte, para los piquillines y monte bajo que hay allí, el fachinal. Y allí fue cuando el hombre se descontroló. Él aseguraba haber peleado hasta que se cansó y cayo exhausto al suelo. Al día siguiente, cuando se notó que el chasqui no llegó a destino, lo salieron a buscar para ver qué había pasado. La búsqueda concluyó cuando lo encontraron, pasando la tranquera, debajo de unos piquillines, con los ojos muy abiertos, como saltados para afuera, deshecho por todos lados, y muy lastimado el pobre. Al verlo de ese modo, optaron por ir a buscar un vehículo para trasladarlo hasta el consultorio de un médico.

  ”El facultativo que lo atendió, lo curó las heridas, mantuvo en observación y control, por un buen tiempo, sin embargo, el hombre ya no se repuso del todo, quedó mal, medio falto para siempre… y cuando de tanto en tanto hacía alusión a lo ocurrido, sostenía que había peleado con el mismísimo diablo”.

  Hay otro relato, de tenue nitidez, que unos pocos memoriosos mencionan en zona de Conhelo, Eduardo Castex, que por Rucanelo, de noche y de tanto en tanto, salía a circular sobre las vías del ferrocarril, un Ford T sin capota, cuyo conductor estaba vestido de negro y “sin cabeza”. Quienes contaron haber visto aquello, mostraban un alto impacto de temor y eran renuentes a contar lo que habían visto, mientras que los que escuchaban el relato parecían dividirse en dos bandos: los que creían, y en consecuencia tomaban precauciones, y los que dudaban o no creían directamente, suponiendo que eran visiones o hasta incluso, la acción de algún chistoso farrista que se tomaba el trabajo de disfrazarse y circular con un automóvil sobre las vías. Hoy, sin que nadie tenga la certeza de lo que algunos afirmaban haber visto, ante esa incertidumbre, persiste la leyenda.

  En Eduardo Castex vive Aimú, un hombre mayor que aseguró siempre que don Ernesto Urquiza, conocido como “Pelucho”, en una oportunidad le contó haber vivido una experiencia inexplicable al estar recorriendo un lote del campo “El Pampero”, ubicado entre la Estancia La Blanca y Lobocó, zona comprendida entre las localidades de Luan Toro y La Maruja. Una mañana temprano, justo al amanecer, montado en su caballo, Pelucho se adelantó en una isleta de monte y matorrales para tratar de hallar un ternero que le faltaba. Fue entonces que un brillo o reflejo que venía desde un sector hizo que se aproximara tratando de ver de qué se trataba. Al aproximarse, y sin desmontar vio claramente, bien cerca de una sombra de toro debajo de un molle, una olla mediana de fundición repleta de monedas (al parecer de plata) y varias cadenas y collares (al parecer de oro), objetos todos a prima facie de valor. Urquiza no desmontó, miró desde su silla y sintió temor, desconcierto. Sin saber qué hacer, decidió ir hasta el casco de la estancia en busca de ayuda. Antes de partir, observó y memorizó con claridad todos los puntos de referencia, del lugar donde se hallaban, los objetos. Ya en el puesto, lo comentó a dos de sus hijos, y de inmediato montaron en sus caballos y los tres partieron rumbo al monte, en búsqueda de los objetos. Al llegar al lugar de los matorrales y el lugar supuestamente exacto donde Pelucho había visto al extraño canasto, no había nada. De todos modos, peinaron el área. Sin embargo, los objetos que don Urquiza había visto jamás aparecieron. A raíz de aquello que sostenía Pelucho haber visto, sus íntimos tejieron algunas hipótesis como, por ejemplo, que la olla con el botín podría haber sido de algún bandolero que andaba escondido por la zona. Otra hipótesis. Otra hipótesis, que tal vez ese botín era parte de un inconcluso proyecto de enterramiento de un cacique que murió en la zona, y que, por alguna circunstancia, esa parte quedó sin sepultar y al resguardo en ese lugar del monte. La verdad es que, hasta el momento, nadie de la zona supo de su hallazgo.

*Texto extraído del libro: Misterios y semblanzas de nuestra tierra, Remitente Patagonia, 2017

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